Seguinos en

Carneadas, un legado que se mantiene a lo largo de los años

Las carneadas han sido a lo largo de los tiempos una tradición que se ha transmitido entre generaciones y que aún hoy se mantiene vivo en cada lugar de nuestro territorio. Esa mezcla de festividad y ritual, en donde en cada caso se confunden distintas historias y en donde si bien todas son distintas, se mantiene un hilo conductor que las hace parecidas a todas.

Para quienes nos hemos criado en el campo estas vivencias quedan en la retina y se transforman en un constante recuerdo no solo de una parte de nuestras vidas, sino también de la cercanía con nuestros padres, parientes y personajes lugareños que se confunden en la escena.

Es por eso que desde EL CHACARERO quisimos hacer un humilde homenaje a este gran momento, sabiendo que en este invierno que estamos transitando, este relato que haremos a continuación, se parece a alguna historia que se está desarrollando en alguna parte de nuestro terruño.


Imaginemos la escena, unos 35 años atrás.

Apenas amanece y estoy terminando de comer los cuatro panes con manteca y dulce de leche casero que me hizo mi mamá y  con el último trago de café con leche casi rondando por la boca, salgo corriendo para ir a ayudar en la carneada. Me pongo la gorrita vasca,  mami me recuerda que hace  frio y mientras me cierra la campera, me pega dos o tres vueltas con un bufandón grandote.

El patio  blanquea en su integridad y algunas gallinas aún se están acomodando las plumas y hasta el gallo está perezoso como sabiendo que es 9 de julio y es feriado.

Me dirijo al otro lado del gran patio que tiene mi casa, en eso se me acerca el Malevo moviendo la cola y pegando un par de saltos a mi costado, me acompaña al lugar elegido para el evento.

Saludo a mi papá que ultima un par de detalles, al tiempo que me da un fuentón con algo de sal en el fondo para que esté listo para mi primera tarea del día, en un costado un gran mesón de madera está preparado como una cama de cirugía y en otro sector humean dos medios tambores de fierro que añejan tizne de varios convites y que se apoyan sobre dos rieles que los contienen sobre el pozo que mantendrá la llama casi eterna del fin de semana.

Roberto Vedoy, Domingo Almaraz, Tito Fernández y Cacho García vinieron temprano a ayudar a mi papá y en pocos minutos el chancho ya está carneado y pelado sobre la mesa.

Pasan las horas y cerca del medio día comienza el preparado de la carne y cueritos que van destinados a las morcillas. A mí me toca picar la cebolla de verdeo y mantener el fuego que para mí en ese momento es como la llama olímpica.

Llega el horario del almuerzo y ya está listo el asado, mi hermana aparece con una fuente grandota con ensalada de papas y mami con varios utensilios necesarios para el momento. En ese momento  se ve acercar el rastrojero marrón de Pety Cavagna que viene a avisar que los análisis del chancho dieron bien, que recién lo llamaron desde Napaleofú y que le metamos para adelante nomás. Obvio que el gringo pica algo, tira un par de chistes de los que nos tiene acostumbrados y sale rápido porque Elena lo esperaba con canelones.

Después del almuerzo y antes que nos atrape la modorra post comida, arranca el llenado de las morcillas, varios manojos se hierven en los tambores y en un rato ya estarán listas.

Llega el desposte, el chancho que estaba colgado con el lazo en un eucaliptus, ya está sobre la mesa, papá saca prolijamente los jamones, las pancetas, los asados, la bondiola y separan la carne elegida para los chorizos. Finalmente decide dejar un solo jamón y sacrificar el otro para hacer más chorizos.

Ya es la tardecita, las morcillas ya están colgadas en la piecita del fondo, una especie de despensa que tenemos en casa, mamá y Coca, la señora de Roberto que vino por la tarde, ponen a prensar el queso de chancho.

En la mesa, que ahora está dispuesta en la galería de la casa ya está lista la carne picada, mezclada con el tocino y algo de carne vacuna que a papá le gusta colocarle para que seque mejor, condimenta con “su fórmula” y amasan hacia un lado y hacia otro con sus manos, buscando unificar los sabores y dejar bien amalgamada la masa. Entre amase y amase le meten un trago a una caña de durazno que abrieron hacen un ratito para “combatir el frio”.

Terminada la primera jornada y tras toda la noche de reposo, la carne está lista para ser embutida en la mañana siguiente, seguramente saldrán más de 100 roscas según calcula papá, ya a esta altura estoy fusilado de sueño y los ojos se me cierran, creo que hoy no llego despierto a la hora de Brigada A…mejor me acuesto, porque mañana será otro largo día.

Familia y tradición

Por Verónica Islas, maestra rural (Vela) 

Morcillas, quesos, codeguines, chorizos, pancetas, untos sin sal, jamones…tranqueras adentro todos sabemos de qué se trata cuando escuchamos esos términos.

Cuando blanquean las primeras heladas, gringos, gallegos y vascos, según sea su ascendencia, llevan a cabo una de las más tradicionales rutinas del campo: las carneadas; que no son sólo la faena “del Chancho” y la elaboración de los embutidos, sino que esa actividad reúne alrededor del fogón a varias generaciones quienes hacen de esa tarea una verdadera fiesta familiar, donde persisten recetas que todos conocen u otras que se guardan celosamente.

Son las carneadas sinónimo de familia y tradición, pero también de transmisión de valores como compartir y ayudar. Son las carneadas un momento para encontrarse y disfrutar.

Una herencia que se transmite 

Por Gustavo "Peludo" Zanotti (Chacabuco)

Es basado en lo familiar, teniendo en cuenta que estoy criado en la zona de Chacabuco y que es un zona agrícola ganadera y eso es muy normal en época de invierno, carnear o facturar embutidos.

Mi viejo que era nacido en Coliqueo, desde chico lo fue haciendo y me lo ha transmitido y es por eso que es una costumbre que mantengo.

Trato de hacer chorizos para parrilla y  para secar, pancetas y bondiolas.

En mi caso es porque me gusta y porque es familiar, ya que es una tradición en mi pueblo y sobre todo en mi familia y de esa manera mantengo viva la esencia de mis raíces